Estaba sentada en mi huerto y sentí la Presencia de Mi Señor. Me regaló esta visión para todos en el inicio de este Adviento.
Mi Señor Jesucristo estaba sentado a lo
alto de un monte y yo me encontrada a Su Santo Lado. En las faldas del
mismo había tres partes: En la primera los que están en el mundo
distraídos y sin dedicarse a su Salvación, sin haber hecho caso alguno
al Tiempo de Gracia que se abrió para Recibirnos.
Enseguida un espacio desértico (qué sé
que es el que a partir de ahora deben atravesar los que quieran luchar
por Su Salvación – que en el tiempo anterior, esta brecha no era
desierto, sino que ahí estaba la ayuda inmediata para quién quiso salir
del mundo y escuchar la Palabra del Señor-).
Al otro costado del desierto y no sólo
a las faldas del Monte Santo, sino por toda la pendiente ahí vi a
Nuestro Señor Crucificado. Hincados, con sus vestiduras blanqueadas, a
aquellos que hicieron caso, escucharon, creyeron y se convirtieron.
Este desierto puede ser atravesado. La fe es lo que sostiene al caminante hasta que llega al otro lado.
En este Tiempo de Adviento Nuestro Señor
los invita a cruzar este tramo. En este puede haber sed, hambre,
soledad, dudas, pero quién se adentre en el desierto en este Tiempo de
Adviento guiado por la fe, finalmente llegará.
Esta es la invitación que Nuestro Señor nos hace.
Nadie sino Nuestra Santísima Madre María
los puede Guiar, Cobijar y Acompañar en este Camino del Retorno a
Nuestro Señor. Ella los guiará hasta que sus vestiduras queden
blanqueadas y se postren con El Rebaño del Señor a los pies de Su Santa
Cruz, que en este Tiempo es ante El Pesebre Santo de Nuestro Señor.
El Divino Niño Jesucristo los recibirá
en Su Sagrado Corazón en esta Natividad a quienes emprendan este andar
de la Mano de Su Santísima Madre María de Nazaret.
Aprovechen este Adviento para regresar a El Señor.
No lo desperdicien en compras, fiestas, comidas y festejos del mundo.
Es una invitación para todos…
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