Me amáis y Me veneráis porque veis
que Soy un santa Mujer que cumplió en todo momento la voluntad de Dios, y acudís
a Mí a cantarme, a rezarme el Rosario, pero pocos Me imitáis en la santidad,
porque vuestra santidad está muy condicionada a como os salgan las cosas.
Si las cosas os salen bien entonces estáis
eufóricos, dais gracias a Dios y os acercáis a la Iglesia. Pero si las cosas se
os tuercen, entonces ya os alejáis de Dios y hasta dudáis de Su amorosa
paternidad. ¿Qué pensaríais vosotros si vuestros hijos os hicieran eso? Si ellos
solo os quisieran o acudieran a vosotros cuando los servís o les ayudáis en sus
necesidades, y se alejasen de vosotros si algo les saliera mal, ¿qué pensaríais?
Vosotros deseáis lo mejor para ellos pero no siempre se lo podéis dar. En el Cielo,
siempre y cada uno de los bienaventurados, también desean lo mejor para las
almas, pero no siempre lo podemos dar, no porque no tengamos poder para ello,
porque Dios todo lo puede y escucha las suplicas de los bienaventurados y las Mías,
sino porque a veces permitir en vosotros una contrariedad, una frustración de
algo que esperabais y no conseguís, es para vuestras almas un bien que no veis
ni entendéis, pero que con el tiempo así será. Un bien que para el sendero de
la Vida Eterna os beneficia, porque hijos, tened muy claro que todo el Cielo
desea la salvación de vuestras almas, no el que seáis felices en esta Tierra así
como así, sino que todo lo que tengáis en la Tierra -sean bienes o cruces- os
sirvan para la salvación de vuestras
almas. Yo, María Santísima, os hablo.
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